En los dos últimos módulos del Posgrado de Teatro Gestalt, se han abordado temas como la sombra, la perversión enfrentada a la bondad y el Bufón; aquel personaje que, por medio de su ingenio e ironía puede exponer y hacer una crítica de la realidad sin riesgo a ser acribillado por las autoridades o en su época por la realeza. Esto puede llevarnos a una reflexión fundamental cuando utilizamos el arte al servicio de la conciencia y el espacio terapéutico: muchas veces se puede caer la tendencia de atribuirle al arte, la función de embellecer la realidad, ayudándonos a sobrellevar lo grotesco que puede llegar a ser el mundo. Y sí, muchas veces el arte es un remanso, un oasis en el caos, sin embargo; no podemos olvidar la otra cara de la moneda, que es su función transformadora, posible solamente, si atravesamos los demonios de nuestra personalidad y la “plaga emocional” que habita en las diversas culturas.
Olvidamos, como dice Heriberto M. Yépez en su ensayo Una Demonología Del Arte. Estado De Violencia Y Función Estética, que el arte surge de las heridas. Por ello es contradictoria la exigencia que se le impone de “sostener las utopías”, al moralizarse y convertirse en propaganda que apacigua el descontento social.
Es como si el capitalismo contemporáneo hubiera adoptado el modelo socialista del artista y los públicos para mantener la apariencia de que se opone a la violencia. Es un capitalismo que recorta recursos donde alega que se han desperdiciado fondos en artes socialmente inútiles o perniciosas y, a la vez, busca convertir al arte en una forma de resiliencia, de capacidad del individuo para resistir shock sociales constantes, hacer que las artes eviten que el individuo o las colectividades exploten durante o después de crisis económicas. […] Estamos viviendo justamente este gradual proceso de militarización de la cultura intelectual. (Yépez, 2019)
Ya que somos parte de una cultura de consumo, muy probablemente sigamos olvidando aquel arte que sirve para denunciar, al poder y también, como dice Néstor Muzo, para denunciar nuestra corrupción, los espacios empantanados y podridos en nosotros, el autoritarismo con el que nos relacionamos. Es difícil contactar con esta realidad interna porque no nos coloca en el papel de héroes/heroínas, estrellas, no somos bellos. El Bufón en sus orígenes era representado por personas con “defectos físicos”, características que los marginaban y desde ese lugar alienado, podían observar la sociedad y hacer crítica de ella. Contactar con un lenguaje artístico que busca también la crítica, requiere que accedamos al espacio de lo indecente, incómodo, lo malicioso, de nombrar y denunciar aquellos discursos -opresivos, perversos- que seguimos reproduciendo afuera en la sociedad y no nos hacemos responsables por ello cuando seguimos en nuestro afán de querer ser “buenas personas” y guardar las apariencias. Entrar y dar voz a estos personajes, éstas voces, es exorcizar también a los “demonios” de la sociedad a través del teatro, sólo habitando la palabra de los fantasmas del pasado, es que podríamos pensar en una transformación de las formas antiguas.
Si deseamos ejercer un rol crítico, debemos alentar el surgimiento de nuevas imágenes y nuevos ritmos, siempre cargados de demonios del pasado, que busquen una mayor amplitud de la experiencia estética, […] que pedirle al arte que aquiete a la sociedad es querer sacarlo de su relación dialéctica con la intranquilidad colectiva. El arte es un aparato sismográfico que vibra tanto que es mitad aftershock, mitad orgasmo. (Yépez, 2019)
La pregunta es ¿cómo podemos poner a los demonios colectivos en el territorio artístico? Ya sea en el trabajo de grupos terapéuticos o en procesos creativos que llegan a escenarios culturales; y así relacionarnos de una manera distinta con ellos, menos velada, más directa y que nos permita ampliar la tolerancia de verles a la cara, no para seguir “aguantando”, ni evadiéndoles, sino para buscar soluciones que nos encaminen a desarrollar una mirada que contemple las posibilidades y caminos donde se puedan transformar de manera creativa, evitando así las inercias y repeticiones neuróticas de las que tanto queremos salir. Para esto el arte puede verse como un medio de transporte que nos lleva a la diversa gama de registros de la naturaleza humana. Desde la comedia hacia la tragedia, la sombra a la luz, rechazar uno de los extremos, es permanecer en la ilusión y utilizar el arte como un paliativo anímico. Dice Yepez:
Muchas veces he pensado la importancia de desarrollar una demonología, una disciplina investigativa para entender lo demoníaco en nuestras culturas y su insurgencia y resurgencia en obras artísticas. Y por demoníaco quiero decir las fuerzas afectivas oscuras y colectivas que dominan a nuestra voluntad y que frecuentemente se relacionan con el daño y la violencia. Sin una ciencia para saber cómo relacionarnos con los demonios, creo, será imposible relacionarnos hoy, por ejemplo, con la literatura del patriarcado, la modernidad colonial, el capitalismo tardío y el socialismo real. (Yépez, 2019)
Así como ampliar la capacidad de ver “los demonios”, es necesario, aprender a escuchar aquello que pide que se le de voz, ser testigo de esa “oscuridad”. No para removerla sino para comprender la complejidad de nuestra naturaleza, problematizar la psique entendiendo sus rupturas, heridas, lesiones, traumas y así quizá llegar a actuar en consecuencia a las necesidades que ya hemos podido contemplar y escuchar. Emprender valientes el viaje hacia el encuentro de las zonas inexploradas de nuestra mente, emociones y territorios corporales, espacios que no serán cómodos, agradables, “bellos” sino sinceros, potentes, fuertes, extraños, sombríos, serios; momentos confrontativos que nos hacen contactar con la realidad concreta de nuestra existencia, sentir su peso verdadero.
En el gusto están los demonios activos. Se puede metabolizarlos. Pero nunca inhibirlos porque son la fuente energética de la experiencia estética. (Yépez, 2019)
Por último, nos acercaríamos también a expandir nuestra capacidad de disfrute, cuando salimos de lo “estéticamente correcto”, lo “éticamente político”, que lo que entendemos como arte, expresión y creatividad cada vez logre ser más complejo, profundo, abarcante. Que nos haga reflexionar, latir, sentir y actuar en concordancia.
El arte es una forma de crítica. El arte es la crítica que sabe producir placer. Gracias a su técnica, el arte es una crítica resulta más sutil e intensa. Así la experiencia estética seduce al cuerpo individual y comunitario a aceptar el peligro de lo crítico. Sin el placer estético, placer tremulante, la crítica que contiene la obra de arte, sería desechada, como se rechaza casi toda forma de crítica. Pero, precisamente, gracias a su forma estética, su forma amante, cierta cantidad y cualidad de crítica es aceptada, por ser gozada la obra. (Yépez, 2019)
Por: Mariana Salgado